Hay muchos tipos de viaje, pero mi favorito es aquel en el que agarrás un auto y hacés ruta. Claro, requiere bastante más planificación que un viaje normal porque puede llegar a ser un éxito o un fracaso rotundo. Hay que calcular cuántos días viajar, cuántos kilómetros hacer cada día, dónde parar, los highlights de cada lugar… Podemos estar meses perfeccionando la ruta, pero es muy divertido ya que empezamos a viajar mucho antes de encender el motor.
Cuando viví un año en Francia no tuve oportunidad de viajar demasiado ya que estaba estudiando, pero la siguiente vez que volví aproveché con mi marido a hacer lo que llamamos «Notre Tour de France», 1536 km en total.
Visitamos muchas ciudades y nos sirvió para tener una visión global de Francia, y aunque no profundizamos demasiado en la mayoría de ellas, pudimos apreciar qué tan diferente es una región de otra.
Este viaje voy a describirlo en tres partes:
- de Grenoble a Les-Baux-de-Provence, de los alpes franceses a la Provence
- de Montpellier a Bordeaux, del mediterráneo al océano Atlántico
- de Tours a Paris, del valle de la Loire con sus castillos a Paris
Parte 1 – De los alpes franceses a la Provence
Desde Paris llegamos en tren a una vieja y querida, la ciudad de Grenoble. Vale la pena dedicarle 2 o 3 días para captar la onda del lugar. Es una ciudad chica pero llena de actividades y paseos para hacer en los alrededores. En época de clases (de setiembre a principios de julio) hay mucho más movimiento, más vida nocturna, y eso se debe a que Grenoble es principalmente una ciudad universitaria.
Recomendaciones
- Grenoble se puede visitar caminando, así que no es necesario gastar demasiado en el tramway ni comprar pases.
- Reservar hotel lo más cerca posible a la place Grenette ya que es donde se concentran los restaurantes y está cerca de la place Saint-André, zona de bares y movida nocturna. Se podría pensar que el ruido molestará, pero no es así! Los boliches están muy bien insonorizados y los bares cierran relativamente temprano.
- Subir a la bastilla con el teleférico («les boules») y almorzar en el restaurant de la cima. Desde ahí se ve todo Grenoble en el valle, con sus avenidas y parques, y a lo lejos (en un día de buena visibilidad) se distinguen los picos del Mont Blanc y otras montañas famosas. Después de haber comido deli con una vista increíble, sugiero bajar caminando por el sendero marcado.
- Cenar en Café de la Table Ronde : después de Le Procope en Paris, este Café-Brasserie fundado en 1739, es el segundo más antiguo de toda Francia. 7, place Saint André
- Cenar o tomar un aperitivo en La Peña Andaluza : el clima de este bar es único, cita obligada de fin de semana cuando vivía en Grenoble. Es perfecto para ir en grupo y pedir tapas sin parar, tomar algo, y pasar un rato muy ameno. 3, rue du Palais
Luego de visitar Grenoble nos tocaba Avignon. La ruta tiene paisajes divinos y está bueno aprovecharlos viajando de día. Aparte, está bueno manejar de día para que los «inconvenientes» sean fácilmente solucionables como a nosotros nos pasó!
Nunca nos habíamos enfrentado a un peaje en Francia y no sabíamos como funcionaba… Saliendo de Grenoble pasamos por una barrera que nos daba una tarjetita y decía «no tirar, la necesitará luego». 150 km después vemos otro peaje, y ahí una máquina nos pedían que metamos la tarjetita… La metimos mal, la máquina no la escupía, no teníamos suficientes monedas y no podíamos poner tarjeta de crédito (en Europa se usa la versión con chip y en América Latina no)… Me bajé del auto para preguntar al conductor que estaba detrás nuestro (en el interín se había armado tremenda cola) y rápido subieron todas las ventanillas (sería por mi cara??!!). A todo eso, la máquina repetía «No se baje del auto, No se baje del auto»! Al fin apareció una operaria humana que abrió la máquina, la destrancó y nos cobró con billetes. A partir de ahí pusimos en el GPS «evitar peajes», jajaja
220 km después llegamos a Avignon, capital de la cristiandad de la Edad media y «cité des papes» (ciudad de los papas). De hecho, la religión tiene mucho que ver con la ciudad ya que desde aquí vivieron su papado 9 de ellos.
La ciudad está fortificada y mantiene muy bien su centro histórico. Caminando por las callecitas uno se da cuenta que ha entrando en la zona de la Provence, donde la lavanda es la reina indiscutida.
Avignon se puede recorrer en poco tiempo ya que su principal atractivo es el centro histórico. Acá se puede aprovechar a comprar regalitos para la vuelta, como por ejemplo los clásicos jabones de lavanda artesanales.
Antes de irnos teníamos que visitar el famoso puente de Avignon, protagonista de la canción infantil «sobre el puente de Avignon, todos bailan, todos bailan,…».
Después de ahí teníamos pensado visitar más interiormente la Provence y llegar a algunos pueblitos, donde uno de ellos fue construidos en la cima de una montaña.
Nuestra primer parada fue Saint-Rémy-en-Provence, 25 km al sur de Avignon, un lindo pueblito para parar un minuto, estirar las piernas y admirar la arquitectura.
Retomando la ruta no sabíamos lo que nos esperaba… Subir y subir para después bajar y bajar, y luego encontrarnos en un terreno muy ondulado lleno de olivos y viñedos. A lo lejos se divisaba una montaña en la mitad de la nada, y sobre ella Les-Baux-de-Provence.
Este lugarcito viene siendo ocupado desde la prehistoria, y llegando allí uno se da cuenta porqué: ciudad amurallada naturalmente por las rocas de la montaña, permitía a los habitantes divisar desde muy lejos a los invasores y protegerse. En el lugar se respira historia, y las fachadas más antiguas lo atestiguan.
Como la principal fuente de ingresos para los pobladores es el turismo, muchos tienen ventanitas de sus casas dando a la calle y disponen todo para poder vender sándwiches, bebidas y quiches a los transeúntes. Nosotros compramos una baguette rellena para cada uno y seguimos caminando para aprovechar al máximo.
Á bientôt!